Micro relato Lola y Juan Inés

En un rincón del mundo, existía una inmensa hacienda, rodeada de flores y árboles frutales, el veintiocho de febrero nació una hermosa niña a quien identificaron Dolores y de cariño la llamaban Lola. Lola no tenía hermanos, más que su fiel amigo Juan Inés, hijo de la criada; crecieron juntos, asistían a la misma escuela del poblado, llamado Ilusión de amores, Juan Inés guiaba la carreta, acompañados de las sonrisas y travesuras compartidas día a día.

Lola era una niña preciosa, cabello lacio, negro azabache, ojos oscuros, como el cielo cuando la luna se esconde y no brilla ninguna estrella en el firmamento;  la piel blanca como la nieve. Ella aún no notaba la grandeza de su belleza y la exquisitez de su figura, Juan Inés la empezó a ver con ojos de amor.

En la escuela Juan Inés siempre estaba a su costado, escuchaba las conversaciones de Lola con los niños de la escuela. Un día de marzo, en medio del calor de la temporada, sin quererlo empezaron a recorrer sus cuerpos y en un santiamén en el pajar descubrieron su intimidad, solían decir que  iban a limpiar el pajar pero ellos fundían sus cuerpos tiernos, llenos de ilusión y amor.

Lola partió a la ciudad a estudiar historia universal, Juan Inés se hizo cargo de la hacienda, ya que el padre de Lola enfermo de cansancio; antes de irse prometieron escribirse cartas llenas de amor y Lola le juro que volvería a su lado.

Lola quedo impresionada de la gran ciudad y los citadinos admirados de su preciosidad; los enamorados le sobraban, solía salir a tomar un café o a ver una nueva película al cine, a beber un trago a un barcito, pero siempre le era fiel a Juan Inés, a quien escribía constantemente cartas que sellaba con un beso y su aroma de mujer. Juan Inés ya no le contestaba las cartas, en un respiro Lola se escapo a la hacienda y se llevo tremenda sorpresa: Oh Juan Inés sería padre de un niño, hijo de un amorío pasajero con Esperanza, la hija de la cocinera. Lloro hasta el cansancio, juro no volver a enamorarse y entregar su cuerpo a cualquier hombre que esperaba la aventura de sentir su quimera.

Regreso a la ciudad con el corazón destrozado, regalo la delicadez de su silueta a desmedida, no sentía, amor, deseo, pasión, no sentía nada por ningún galán, más que por Juan Inés.

Al transcurrir el tiempo recibió una carta de Juan Inés en donde le escribía que llegaría a la gran ciudad en el mes de mayo, Lola se ilusiono, llego a la estación del tren y lo invito a hospedarse en su apartamento, las caricias y besos que le regalo en el pajar, las perfecciono en la ciudad.

Juan Inés le conto que Esperanza no había resistido el embarazo, esas palabras llenaron de ímpetu a Lola, quien con toda su sensualidad hechizo a Juan Inés por toda la noche, haciendo realidad todos los sueños deseados en el pasado en sus cuerpos.

A los dos meses Lola confirma lo que sospechaba, estaba en encinta, esperando el fruto del amor que sentía por Juan Inés; pero jamás se casaría con él, tenía un novio de renombre, llamado Andrés, se caso con pompas y toda la gente de clase alta de la ciudad y el pueblo asistieron, menos Juan Inés, todos brindaron por el amor eterno.

A los siete meses nació el bebe, por el anhelo que sentía Lola por tenerlo entre sus brazos, lo llamaron Juan Andrés, en sus venas recorría la sangre de Juan Inés. Lola amo a su bebe intensamente, cantaba, lo arrullaba, le susurraba palabras dulces al oído y Juan Inés paso al olvido, Lola dio a luz a una muñeca llamada Belén fruto del cariño que abrigaba por Andrés.

Los chiquillos llenaron de alegría su vida, pero su pasado quedo marcado, Juan Inés se volvió a cruzar en su destino y jugaron el juego del amor, ellos se amaban desde la primera vez que se convirtieron en uno, cada vez que llegaba Lola a la hacienda ha visitar a sus padres con su familia, era una fiesta en el pajar, recordando su infancia, su amor de adolescentes y la pasión que rebosaba de sus cuerpos, cuando ambos conocieron la ternura de amar.


Esperanza y Andrés tomaban té de jazmín con tilo, Lola y Juan Inés siempre limpiaban el pajar y danzaban al ritmo del amor, se moldeaban en uno, compartiendo siempre el néctar más dulce del existir.

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